martes, enero 16, 2007

Poemas de Ismael Cerna

Poemas de Ismael Cerna(*)

 

AUTORETRATO

 

De un terso espejo ante la plancha clara

contemplándome estoy, y estoy tan fiero,

que a no ser por lo mucho que me quiero

lleno de indignación me abofeteara.

 

Una cara más larga que una vara,

cuerpo maltrecho, canillas que hacen cero,

un conato de frente, un ojo huero

y una nariz más larga que la cara.

 

Conjunto ruin, fealdad tan insolente;

al contemplar mi bárbara escultura

se me desgarra el corazón cruelmente;

 

mas al ver tan horrible desventura

tengo un consuelo y, pásmese la gente,

soy de mi pueblo la mejor figura.

 

A GUATEMALA

 

Ni gritos de dolor, ni acentos de ira

hallo en mi corazón. Al contemplarte

desfallece mi voz, mi canto expira.

¿Dónde el numen hallar para cantarte

la ardiente inspiración que al despertarte

haga estallar las cuerdas de mi lira?

 

El estro audaz, la inspiración bendita,

ambiente y luz y espacio necesita

en su noble y febril desasosiego;

necesita en la gran naturaleza

ejemplos de virtud y de grandeza

que arrebatar en su órbita de fuego.

 

Aquí donde se extiende asoladora,

como incendio voraz, la tiranía

implacable, feroz, aterradora;

donde cubre a la ardiente fantasía

cual fúnebre sudario ¡patria mía!

Atmósfera letal y abrumadora.

 

Aquí donde cobarde y sin aliento

se oye no más el mísero lamento

que alza un pueblo infeliz y envilecido;

donde, en vez del estruendo de la lucha,

solamente se escucha

del infamante látigo el crujido.

 

No es posible cantar: la mente inquieta

de sacudir aquí no encuentra modo

la oprobiosa estrechez que la sujeta;

aquí, encerrado en círculo de lodo,

en vez de inspiración siente el poeta

vergüenza de los hombre y de todo.

 

No, no es aquí donde de luz sediento

de espacio y libertad el pensamiento

pueda ensayar el vuelo soberano;

sólo desde las cumbres de los Andes

se atreve a desplegar sus alas grandes

el altivo Cóndor americano.

 

No es aquí donde el alma soñadora

puede saciar la sed que la devora

de santa libertad y de poesía;

no es aquí donde en estro levantado

puede hablar el poeta acostumbrado

a pensar y sentir con osadía.

 

No es aquí ¡vive Dios! El noble anhelo

de levantarse y escalar el cielo

en pro de un astro que esplendente asoma,

el ansia de la gloria sacrosanta

del corazón de un pueblo se levanta,

y no del fango en que se hundió Sodoma.

 

¡Ah! ¿y es esto verdad, Patria querida?

¿Es verdad que a los pies de quien te abate

te arrastrarás por siempre envilecida?

¿Ya ese tu joven corazón no late,

que dejas ¡ay! sin ira y sin combate

"que te arranquen los déspotas la vida?".

 

¿Es verdad ¡oh mi Patria! Que en tu suelo,

americano edén, pensil de flores

se haya extinguido todo noble anhelo;

que estás agonizando de dolores,

y no bajan mil rayos de tu cielo

a confundir a siervos y opresores?

 

Morirás, morirás sin que en tu oído

suene nunca un acento enardecido

en patriótico ardor, una voz fuerte

que altiva y poderosa se levante,

tus cadenas quebrante

y a la vida del siglo te despierte.

 

Esclava morirás. ¡Ah! Si pudiera

convertir mi cerebro en una hoguera,

y arder de inspiración como ardo en saña;

si hallar pudiera en esta tierra esclava

la tempestuosa voz con que atronaba

el sublime Dantón en la montaña.

 

¡Si yo tuviera sangre de espartanos

para dártela toda, toda, y luego

para herir en la frente a tus tiranos,

en rayos convertir este ardor ciego,

esta lira que estalla entre mis manos

y estas férvidas lágrimas de fuego!

 

Yo quisiera tener la soberana

furia del huracán o de los mares

la voz, aquella voz del gran Quintana

para agitar las iras populares,

como azota las selvas seculares

la horrorosa tormenta americana.

 

Yo quisiera, no sé; siento en el pecho

dolor, mucho dolor; siento un inmensa

agitación, un numen muy estrecho

para cantar lo que mi mente piensa.

Siento que lloro de ira y de despecho,

Y siento que este llanto me avergüenza.

 

Siento ¡oh Patria! Que te amo, y que no puedo

infundirte el aliento poderoso

del alma libertad, darte denuedo;

porque enfrente del yugo bochornoso,

veo en tus hijos llanto vergonzoso

y los veo temblar, temblar de miedo.

 

¡Oh! Malditos los déspotas que hirieron

tu hermosa juventud, los impostores

que al carro de los déspotas te uncieron…

malditos los soeces rimadores

que corona de burlas te pusieron

poniendo en el pavés a los traidores.

 

Malditos los que ven las hondas penas

en que tu hermosa juventud expira,

y no osan arrancarte las cadenas.

Maldito también yo, que ardiendo en ira,

No he roto contra el déspota mi lira

para darte la sangre de mis venas.

 

EN LA C ÁRCEL

 

¿Y qué! Ya ves que ni moverme puedo

y aún puedo desafiar tu orgullo vano.

¡A mí no logras infundirme miedo

con tus iras imbéciles, tirano!

 

Soy joven, fuerte soy, soy inocente

y ni el suplicio ni la lucha esquivo;

me ha dado Dios un alma independiente,

pecho viril y pensamiento altivo.

 

Que tiemblen ante ti los que han nacido

para vivir de infamia y servidumbre,

los que nunca en su espíritu han sentido

ningún rayo de luz que los alumbre;

 

los que al infame yugo acostumbrados

cobardemente tu piedad imploran;

los que no temen verse deshonrados

porque hasta el nombre del honor ignoran.

 

Yo llevo entre mi espíritu encendida

la hermosa luz del entusiasmo ardiente;

amo la libertad más que la vida

y no nací para doblar la frente.

 

Por esto estoy aquí do altivo y fuerte

tu fallo espero con serena calma;

porque si puedes decretar mi muerte,

nunca podrás envilecerme el alma.

 

¡Hiere! Yo tengo en la prisión impía

la honradez de mi nombre por consuelo.

¿Qué me importa no ver la luz del día

sin tengo en mi conciencia la del cielo?

 

¿Qué importa que entre muros y cerrojos

la luz del sol, la libertad me vedes,

si ven celeste claridad mis ojos,

si hay algo en mí que encadenar no puedes?

 

Sí; hay algo en mí más fuerte que tu yugo,

algo que sabe despreciar tus iras

y que no puedes sujetar, verdugo,

al terror que a los débiles inspiras.

 

¡Hiere…! Bajo tu látigo implacable,

débil acaso ante el dolor impío,

podrá flaquear el cuerpo miserable,

pero jamás el pensamiento mío.

 

Más fuerte se alzará, más arrogante

mostrará al golpe del dolor sus galas:

el pensamiento es águila triunfante

cuando sacude el huracán sus alas.

 

Nada me importas tú, furia impotente,

víctima del placer, señor de un día;

si todos ante ti doblan la frente

yo siento orgullo en levantar la mía.

 

Y te apellidas liberal ¡bandido!

tú que a las fieras en crueldad igualas,

tú que a la juventud has corrompido

con tu aliento de víbora que exhalas.

 

Tú, que llevas veneno en las entrañas,

que en medio de tus báquicos placeres,

cobarde, ruin y criminal te ensañas

en indefensos niños y mujeres.

 

Tú, que el crimen ensalzas, y escarneces

al hombre del hogar, al hombre honrado;

tú, asesino, ladrón, tú que mil veces

has merecido la horca por malvado.

 

¡Tú, liberal…! Mañana que a tu oído

con impotente furia acusadora

llegue la voz del pueblo escarnecido

tronando en tu conciencia pecadora…

 

Mañana que la patria se presente

a reclamar sus muertas libertades

y que la fama pregonera cuente

al asombrado mundo tus maldades;

 

al tiempo que maldiga tu memoria

el mismo pueblo que hoy tus plantas lame,

el dedo inexorable de la historia

te marcará como a Nerón, ¡infame!

 

Entonces de esos antros tenebrosos

donde el honor y la inocencia gimen;

donde velan siniestros y espantosos

los inicuos esbirros de tu crimen;

 

de esos antros sin luz y estremecidos

por tanto ayes de amargura y duelo;

donde se oye entre llantos y gemidos

el trueno de la cólera del cielo,

 

con aterrante voz, con prolongada

voz, que estremezca tu infernal caverna,

se alzará cada víctima inmolada

para lanzarte maldicion eterna.

 

En tanto, hiere déspota, arrebata

la honra, la fe, la libertad, la vida;

tu misión es matar: ¡sáciate, mata,

mata y báñate en sangre fratricida!

 

Mata, Caín, la sangre que derrames

entre gemidos de dolor prolijos

¡oh! infame, el mayor de los infames,

irá a manchar la frente de tus hijos.

 

Aquí tienes también la sangre mía,

sangre de un corazón joven y bravo,

no quiero tu perdón, me infamaría…

Mártir prefiero ser, a ser esclavo.

 

¡Hiéreme a mí que te aborresco, impío!

a ti que con crueldades inhumanas

mandaste a asesinar al padre mío

sin respetar sus años, ni sus canas.

 

Quiero que veas que tu furia arrostro

y sin temblar que agonizar me veas,

para lanzarte una escupida al rostro

y decirte al morir: maldito seas.

 

EL PERDÓN

 

No vengo a tu sepulcro a escarnecerte,

no llega mi palabra vengadora

ni a la viuda, ni al huérfano que llora,

ni a los fríos despojos de la muerte.

 

Ya no puedes herir ni defenderte,

ya tu saña pasó, pasó tu hora;

solamente la historia tiene ahora

derecho a condenarte o absolverte.

 

Yo que de tu implacable tiranía

una víctima fui, yo que en mi encono

quisiera maldecirte todavía,

 

no olvido que un instante en tu abandono

quisiste engrandecer la Patria mía.

Y en nombre de esa Patria te perdono.

 

 

(* )

Ismael Cerna

03.07.1856 – 08.04.1901

 

Tomado de:

Ismael Cerna

Nueve poemas

Cultural Centroamericana, S.A. (Libreria Proa)

Guatemala, C.A. 1974. 20 páginas.