sábado, agosto 12, 2006

Se va Berger … y no pasa nada!

Se va Berger … y no pasa nada!

Dice una canción "odiame sin piedad, yo te lo pido, odio pido más que indiferencia …" y hace poco me contaba un amigo que en una maestría, un catedrático proponía como método para establecer la legitimidad, trascendencia e importancia social de una entidad, oficina o institución pública, lo siguiente: organizar un grupo de personas que durante la noche de un día domingo, encadenaran las puertas de acceso a las oficinas de alguna entidad o institución pública, unieran las cadenas en un nudo rematado por candados de la mejor calidad, tiraran las llaves al fondo de un recóndito barranco y esperaran a ver qué pasaba al día siguiente.

El ejercicio, aunque fuera solo mentalmente, incluía ponderar las consecuencias. Estaba claro que nada bueno podía pasar si el caso fuera encadenar las puertas de un hospital nacional, como el Roosevelt o el San Juan, aunque serían mucho peores las consecuencias –para los "encadenadores", no para el pueblo– si se encadenaran las puertas de El Pilar o del Herrera Llerandi. Dios nos guarde! Pero al nomás empezar a extender la lista a los servicios públicos menos esenciales, el panorama cambiaba abruptamente.  ¿Qué pasaría se cerraban las oficinas del Comisionado tal por cual, o del Instituto mengano perencejo, etc.

Al consultar un organigrama del Gobierno Central de la Oficina Nacional de Servicio Civil –ONSEC– resultó que se quedaron cortos en el listado del segundo grupo de "casos": encabezados por la misma ONSEC, la lista de oficinas o entidades públicas parecía interminable, aunque pocos conocían siquiera la mitad o menos, y aún más raro era que supieran para qué servía o si su función tenía alguna importancia para el país que no fuera la de suplir las necesidades de la familia de sus empleados.

Hasta aquí la anécdota no pasa de ilustrar el mantram neoliberal del credo musomarroquiniano de que todo lo público es malo y viceversa: todo lo malo es público. Lo trágico es cuando se uno se plantea el caso de la Presidencia de la República y su actual ocupante, Oscar Berger.  Está tan claro que no manda ni en su casa y que los hilos del poder está no solo fuera de sus manos sino más allá de su aprehensión que podría amanecer en Miami o en Las Flores que aquí, no pasa nada.

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